Equilibrios entre sostenibilidad y desarrollo en el mundo agrario
Es fácil caer en discursos fáciles y moralistas en cualquier ámbito de la vida. Pero si nos ponemos a desengranar algunos aspectos relacionados con el desarrollo económico vs la sostenibilidad, veremos que la virulencia de las posturas se acrecienta aún más.
¿Es posible un equilibrio entre globalización y sostenibilidad?
En un contexto de globalización tan generalizado y asumido, es difícil escapar al 100% de un modelo de consumo en el que para lograr reducir el impacto energético y reducir al deshecho cero nuestro día a día (algo imposible por cierto), tenemos que caminar sobre arenas movedizas.
Bien es cierto que las normativas sobre el origen de los productos, el uso de determinantes elementos de control en toda la fase de producción, o la exigencia de transparencia sobre todo lo que se compra, se han convertido en algo relevante para los compradores.
Si bien hay territorios como la Europa común donde los consumidores son cada vez más exigentes y concienciados, aún es una asignatura pendiente en gran parte del planeta. Solo hay que girarse para ver como el uso de transgénicos o no pagar o dar las prestaciones adecuadas a los trabajadores son una constante en latitudes tan dispares geográfica, cultural o que tienen un PIB opuesto.
Es por ello que, en aras de hacer creíble el concepto de economía circular -tan de moda en los últimos años- debemos seguir apostando por el esfuerzo individual y colectivo a la hora de elegir cómo, dónde y a quién comprar.
El caso del açai desde la experiencia del aguacate mexicano
No es nueva la situación en la que la demanda internacional de determinados productos genera un cambio del modelo agrario de cultivo en países como China, siempre atentos a las modas o corrientes. De forma “brutalista”, saben reconducir las siembras aunque supongan una técnica de tierra quemada en la que por el camino se pierden economías familiares, superficies boscosas y modelos de vida.
En México lo hemos vivido con el aguacate, erigido como mesías de la gastronomía del brunch saludable. Lo mismo le ha sucedido al açaí, presente en los locales de zumos y smoothies de medio mundo. Precisamente es esta fruta tropical habitual de Brasil la que está generando un intenso debate sobre el binomio antagónico que supone incrementar su producción con el coste de deforestación de la Amazonia.
El fruto de una palmera tropical ha pasado de ser un auténtico desconocido a aparecer en las dietas de medio mundo por su alto valor nutricional.
Ha pasado de ser un alimento de “pobres” -equiparable a las castañas en España-, a ser considerado un producto apreciado y por tanto revalorizado.
Su aportación económica en Brasil está en más de 900 millones de dólares al año, y el incremento de su coste de venta, un 2.900% en apenas dos décadas, o de una producción que ya alcanza los 1,7 millones de toneladas al año, bastan como titulares para entender el mismo a la especulación que ya es una realidad. De las 265.000 hectáreas dedicadas al açai se está hablando de duplicarlas en los próximos años.
Si pensamos que en el estado de Paraná, el açai es tan popular y consumido desde que los niños son bebés, o que el 75% de la producción se queda para consumo local; podemos entender que cuando la demanda crezca, los principales perjudicados serán los propios brasileños, incapaces de competir con los precios del Primer Mundo.
La ciudad de Belém, designada capital de esta baya, reunirá a sus miembros de la Conferencia de las Partes (COP) con negociadores de más de 140 países.
La COP es un órgano encargado de tomar las decisiones para fijar los compromisos asumidos por los países en la lucha contra el cambio climático. Y el hecho de escoger la ciudad brasileña como lugar de encuentro apunta precisamente en la necesidad de buscar consenso en materia de aquellos productos que de forma ferviente se ponen de moda.
Es menester regular de forma homogénea ciertas prácticas que fomentan grandes desigualdades entre la población, obligada a trabajar como siervos feudales, y siempre supeditados a que un cambio de tendencia de consumo arrase con su modelo de subsistencia.
Evitar que grandes conglomerados comerciales gestionen la explotación de un producto, evita que su tiranía se extienda a ambos lados de la cadena, el agricultor y el consumidor.
Del mismo modo, un aumento y dependencia geográfica puede derivar en un gran alza de precios, en el desplazamiento de otros cultivos esenciales en la balanza nutricional local, o en un KO técnico al no lograr satisfacer la alta demanda global.
Todo ello sin mencionar la situación de inseguridad y clientelismo que viene acompañado el Nuevo Oro brasileño, algo ya vivido por desgracia en el mundo agrario de México con el aguacate o los agaves ocupando orografías no especialmente aptas para obtener el mezcal de mejor calidad.
Regresar al pensamiento de cómo cultivar açai o aguacate de manera sostenible, se antoja prioritario. En España hemos observado como impulsos de cultivo de determinados productos han generado problemas de abastecimiento de agua, reduciendo los acuíferos al mínimo a causa del cambio climático, del uso ilegal de pozos o a la falta de sentido común a la hora de plantar.
Las ideas de sostenibilidad de la bioeconomía deben plantearse de forma cabal, consensuada y regulada, tanto desde las entidades gubernamentales como a lo largo del hilo de empresas que van desde la producción a la venta, pasando por la distribución.